REVISTA "RAÍCES DE PAPEL" Nº 12 (2014)

viernes, diciembre 05, 2008

LA NOCHE QUE MURIÓ PACA LA TUERTA



LA NOCHE QUE MURIÓ PACA LA TUERTA

Ediciones Cardeñoso, de Vigo, acaba de publicar el libro de relatos La noche que murió Paca la tuerta, de nuestro compañero Juan Calderón Matador. Ésta es su primera incursión en solitario en el campo de la narrativa, aunque ya había sido incluido con anterioridad en diversos libros colectivos. Ofrece una colección de veinticinco relatos y microrrelatos, algunos de ellos premiados, de los que opina su prologuista, el catedrático de literatura don José López Rueda, que son muy interesantes y manejados hábilmente por el autor. Casi todos ellos están enmarcados dentro de la literatura fantástica, abundando las intervenciones sobrenaturales.



REENCUENTRO

Muchos años antes, cuando la guerra golpeaba, les separó el destino. Ella quedó en España, él fue hecho prisionero en Rusia, y allí permaneció hasta que la parca se sentó a los pies de su lecho. De la boca del hombre, al expirar, partió un hilillo de voz que atravesó Siberia y un país tras otro, hasta llegar frente a la puerta de la mujer que seguía esperándolo en Madrid. Ésta escuchó el mensaje que le trajo el silencio y se tendió en la cama, ataviada con el traje de novia que nunca llegó a usar. Cerró los ojos y quedó inmóvil. Un instante después se reencontraron en la ciudad de humo.



LA CURADITA DE ESPANTO

María, María García García, así me llamo; vulgar ¿no es cierto? Ya ven, sin embargo, a veces como en este caso, tras un nombre vulgar se esconde una persona fuera de lo común. No tienen más que observarme para darse cuenta. Porque díganme, al mirarme ¿qué ven? Una mujer de veinte años, veinticinco a lo sumo. Sesenta y ocho, esa es mi edad. No, no, no piensen que he pasado por las manos del cirujano, ni tampoco es el resultado de ninguna crema rejuvenecedora. Nada de liposomas ni de colágenos: agüita clara y jabón barato es lo único que le doy a mi cara. ¿Qué me dicen? Asombroso ¿verdad? Pues no es todo, aún he de sorprenderles con algo más: soy fértil. ¿Que no puede ser? Ya lo creo que sí; cualquiera de ustedes puede comprobarlo. Puntual como un reloj me baja el ciclo cada mes desde hace seis, justo los que llevo recluida en este sanatorio. La primera menstruación, después de tantos años de ausencia, fue como volver a la juventud. Lástima que mi hermana no pudiera comprenderlo. Se obstinó en que el flujo estaría producido por algún trastorno vaginal, (un tumor maligno, llegué a oírle decir entre dientes a unos parientes que nos visitaron). La tersura de mi cara la explicó diciendo que siempre tuve muy buena piel, mucho mejor que la suya, y que las pieles grasas, como la mía, son un seguro de juventud. Como si no supiese ella muy bien que hasta aquel día, del que ahora nadie me deja hablar, mi cara tenía tantos surcos como lágrimas derramé por la muerte de Manolo, mi marido.
Carmen nunca creyó en mis cosas, mis desvaríos como ella los llamaba. Yo creo que era un poco de envidia. ¿Qué culpa tenía yo de vivir acontecimientos imposibles para ella? Además nunca me parecieron nada especiales, sólo ella lo creía. Desde niña me tuvo manía, a pesar del cariño que le demostraba en cada momento. Ella no parecía darse cuenta y únicamente se fijaba en aquellas cosas que tanto le molestaban. Jamás quiso reconocer que no existía truco en aquel divertido juego infantil de mover los objetos con la mirada. ¿Acaso era yo la culpable de que ella no lo consiguiese? Aún recuerdo sus gritos y lágrimas la víspera de su dieciocho cumpleaños. Mamá había preparado una fiesta para celebrarlo y en ella, mi hermana estrenaría un vestido que se suponía sería una sorpresa para todos. Solamente la modista y ellas conocían el diseño. He de confesar que yo estaba intrigadísima. La noche anterior a la celebración, mientras miraba desde la ventana de mi cuarto, pensando en aquel dichoso vestido, se me ocurrió coger papel y lápices de colores y lo dibujé como yo imaginaba que sería. Cuando estábamos reunidos para la cena, les mostré el dibujo. Mamá no salía de su asombro: el vestido era exactamente igual al que habían preparado con tanto secreto. Carmen aseguraba que la modista me lo había mostrado a hurtadillas, pero al mismo tiempo me insultaba llamándome bruja. ¡Qué injusta, como si aquello no hubiese sido una simple casualidad!

Una tarde, al pasear por la alameda las dos juntas, vimos a un grupo de muchachos que nos miraban. Carmen me confesó que uno de ellos le gustaba desde hacía tiempo. Yo le respondí resuelta, antes de que pudiera terminar su comentario, que ni ese ni ningún otro hombre sería para ella, que seguiría soltera durante toda la vida. ¡Cuántas veces me ha recordado aquella tarde para culparme de su soledad! Se obsesionó pensando que había sido una maldición por mi parte, cuando en realidad fueron unas simples palabras, que ni siquiera sé por qué las dije.

Ella se vengó en mi boda (o quizás sus palabras fueron tan inocentes como las mías, ¿quién puede saberlo?) Lo cierto es que se cumplieron. –Yo me quedaré soltera, pero tú no tendrás hijos- Me dijo tras la ceremonia, cuando no consiguió recoger mi ramo de novia. Apenas escuché sus palabras, ¡era tan feliz! Acababa de casarme con el hombre al que amaba, al que aún amo y amaré, aunque desde su partida sólo lo haya visto aquel famoso día y me haya costado tan cara la aventura. Él me lo dio todo. Supo hacerme feliz desde el primero hasta el último momento. Sólo dos sueños se nos quedaron sin realizar. No quiso Dios concedernos la paternidad, como aseguró Carmen. Esa fue nuestra gran contrariedad; la otra aconteció al día siguiente de la boda. Todo estaba dispuesto para pasar la luna de miel en Venecia. ¡Habíamos hablado tantas veces de aquel viaje! Él me lo había prometido con tanta ilusión y lo había planeado tan minuciosamente. La repentina enfermedad de mi padre y su óbito a los pocos días lo aplazaron indefinidamente, convirtiéndolo en un eterno proyecto que nunca llegó a realizarse, aunque algo en mi interior me hizo conservar siempre la esperanza. Mi querido Manuel no podía fallarme.

Al quedarme viuda, Carmen, más serena por la edad y olvidadas aparentemente nuestras cosas de juventud, me pidió que fuera a vivir con ella, así estaríamos menos solas. Acepté su invitación. Apenas instalada, se despertaron sus viejos recelos. A todo el mundo le decía que había enloquecido por la muerte de mi esposo, tan sólo por haberle dicho que a veces oía voces en la casa. ¿Qué importancia tenía aquella observación? No era la primera vez que ocurría, ¿de qué se extrañaba entonces? En muchas ocasiones, a lo largo de mi vida, había incluso mantenido pequeñas conversaciones con voces desconocidas.

Esta situación se prolongó durante meses hasta hacerse insostenible aquel día, famoso día en que, al lavarme la cabeza, escuché las voces con más nitidez que nunca. Provenían del sumidero del lavabo. Me acerqué más y más hasta oírlas como si sus propietarios estuvieran allí mismo. Escuché el tono festivo y aquel eco de músicas. No me bastaba con oírles, quería verles, saber cómo eran. Acerqué un ojo al orificio del lavabo y el agujero hizo ventosa sobre él, quedando atrapada. No podía desprenderme de aquella fuerza que tiraba de mí. Me asusté y llamé a gritos a mi hermana. Ella no respondió y me rendí. Entonces ocurrió todo. Me sentí absorbida por la cañería. ¡Era tan dulce la sensación! Lo que me esperaba al otro lado nunca lo hubiera podido imaginar, y jamás podré describirlo en su verdadera dimensión. Me sentí sumergida lentamente. Era un agua perfumada, acogedora, que no me impedía respirar. Fui descendiendo por ella como en una secuencia a cámara lenta. La música cada vez se oía más cercana, más animado el vocerío. Casi sin darme cuenta fui depositada en la parte superior de una larga escalinata que se perdía entre burbujas azuladas. Descendí los escalones, regodeándome en las ondulaciones de mi vestido con miriñaque y la peluca María Antonieta. Cuando miré alrededor no podía creerlo: era Venecia totalmente sumergida. Fue imposible contener las lágrimas ante espectáculo tan hermoso. Me confundí por las calles y canales con las máscaras que celebraban el carnaval. Tras las ventanas de los palacios, profusamente iluminados, los bailes se sucedían. En la Plaza de San Marcos avanzaba un cortejo nupcial de enmascarados. Un arlequín me ofreció su brazo y me condujo al duomo, encabezando la comitiva. En aquel instante pensé en mi padre y, al levantarse discretamente el antifaz, le reconocí. Después, mi olfato detectó un olor familiar entre los del incienso y la cera derretida. Volví la cabeza y descubrí a Manuel, dispuesto a desposarme nuevamente. Afuera las campanas esparcían el eco de los bronces. Un vuelo de palomas nos alfombró el camino con sus blancas plumas, al regresar a la plaza tras la ceremonia. –Tengo un regalo para ti- dijo mi padre, e hizo acercarse a una invitada disfrazada de Diosa de la Fertilidad. –Bebe de todos y cada uno de sus pechos y podrás engendrar hasta el último día de tu vida-. Hice lo que me pedía y pensé en Carmen y su maleficio. Manuel se apretó a mis labios con la pasión de siempre. –Mi amor, este beso es la fuente de la eterna juventud, mi regalo de bodas, pero no el único, aún tengo otra sorpresa para ti, te lo prometí hace muchos años y al fin hoy puedo cumplir mi promesa: La góndola nos espera, Venecia es tuya- Entonces escuché entre la multitud la voz de Carmen –Loca, más que loca, vas a terminar con mi poca salud igual que has acabado con la tuya. ¿Quieres sacar la cabeza del lavabo de una vez?- Y me encontré en el cuarto de baño zarandeada por mi hermana, con la cabeza chorreando.

Ella, como de costumbre, no me creyó cuando le conté lo sucedido. Abrió las ventanas del patio y pidió auxilio, como si yo fuera una asesina o algo por el estilo. Más tarde llegaron aquellos enfermeros y me pusieron la camisa de fuerza, como si estuviera loca, y me encerraron entre estas cuatro paredes donde nadie parece dispuesto a creerme. Nunca debí ir a casa de mi hermana sabiendo cómo me envidió toda la vida. Sólo una cosa me sirve de consuelo en este retiro forzoso: los regalos que traje desde Venecia. Ellos son la prueba de que nunca mentí. Por lo demás, nada me importa; como pueden comprender, a mi edad y en mis circunstancias nada me preocupa, que cada uno piense lo que quiera, ya estoy curadita de espanto.


NOTA DEL EDITOR:
María García García falleció a los sesenta y nueve años de edad en el sanatorio psiquiátrico de Mérida, sin que nadie pudiese explicar el misterio de su eterna juventud y aquellos ciclos menstruales que tuvo con normalidad hasta sus últimos momentos. Tras su muerte se encontró este manuscrito entre sus pertenencias.

Carmen García García no tardó en ser recluida en esta misma institución, convencida de ser la Diosa de la Fertilidad, de cuyos pechos bebió su hermana en la Plaza de San Marcos de la ciudad sumergida de Venecia.


Este libro se puede solicitar contra reembolso de 12€ al e-mail: tirarsealfolio@gmail.com




MIRAR EL ARTE EN CLAVE DE POESÍA






(Inspirado en el cuadro “El gallo” de Marc Chagall)


AMARRE

La vieron con un gallo que tenía
áureas las plumas y el cantar
tan viril como el hombre,
al que cercó de amarres y conjuros
siguiendo un manual de brujas.

¡QUE SEA SÓLO MÍO Y NO ME DEJE
NI UN SOLO INSTANTE DE LA VIDA!

Él oyó sus llamadas en la puerta
más profunda que había en su cerebro.

Con la misma cadencia que los zombis
de un video clip de Michael Jackson,
dirigió sus pisadas a la casa
donde aún manaba tibia la sangre pescuecera
del amo del corral.

Echó la puerta abajo con la frente
y fue hacia la muchacha, que alelada
dejó que se adhiriese a su tersura.
Los vellos de su cuerpo
buscaron acomodo en el de ella,
perforaron la piel y se anudaron
al hueso femenino
igual que una raíz indestructible.
Le succionó la boca con labio-sanguijuela
hasta arrancarle vida e intestinos.

Ella se fue achicando con el tiempo
y quedó reducida
a una horrible verruga sobre el cuerpo del hombre.










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